El 23 de mayo del mismo año fue anunciada públicamente la enfermedad del Papa y el 3 de junio -después de cuatro años, seis meses y seis días de pontificado- Angelo Giuseppe Roncalli, que había tomado el nombre de Juan XXIII, moría en paz invocando el nombre de Jesús y ofreciendo su vida de acuerdo con las palabras de Jesús: "Que todos sean uno" (Ut unum sint). Después de habernos enseñado a vivir, él fue un testigo de cómo morir a la luz de la fe. Una persona que lo conocía bien y le había seguido durante esos pocos años sintetizó muy bien la impresión de todos: "El papa Juan me ha hecho descubrir de una forma nueva y consoladora la paternidad de Dios".